La aventura protagonizada los últimos días por la compañía Wagner marca un giro en el desarrollo de la guerra entre la OTAN y Rusia. Este agrupamiento oficial de mercenarios ocupó la ciudad de Rostov, un distrito militar donde se asienta el comando de operaciones de Rusia en Ucrania. No enfrentó una resistencia de la población ni de unidades militares de las Fuerzas Armadas. Después de una secuencia de ataques de comandos rusos al servicio de Ucrania contra la ciudad de Belgorod, es violentada la región fronteriza, aunque esta vez por “fuego amigo”; Yevgeni Prigozhin, el patrón de la compañía, decidió marchar enseguida a Moscú, cuando fue detenido por una propuesta de mediación del presidente de Bielorrusia. (por Jorge Altamira, Política Obrera de Argentina)
El propósito de la movilización era obtener la destitución del ministro de Defensa y del jefe del Estado Mayor, los generales Shoigu y Guerasimov, respectivamente. La columna no contaba con los 25.000 mercenarios que habían combatido en Ucrania, sino con un despliegue inferior a mil enrolados.
Vladimir Putin se vio obligado a recurrir a la cadena nacional para denunciar “una traición”, “una puñalada por la espalda” y “un golpe de Estado”. La “puñalada por la espalda” es una antigua expresión de los revanchistas alemanes para justificar la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Putin predijo, en su alocución, que el propósito era desatar una guerra civil, como la que ocurrió en 1917, plagiando, palabra por palabra, una advertencia hecha con anterioridad por el mismo Prigozhin, contra la jefatura militar de Moscú.
Estas diatribas demuestran un desorden mental de parte de los implicados, porque quien preparaba “una puñalada por la espalda” era el zar Nicolás II, quien negociaba una paz por separado con el monarca de Alemania para evitar el colapso del ejército zarista. La burguesía rusa y el imperialismo anglofrancés conspiraron para reemplazar a Nicolás II por su primo, con la finalidad de mantener a Rusia en la guerra. Fue exactamente lo que hicieron cuando se adueñaron del gobierno, al usurpar la Revolución que triunfó en febrero de ese año.
La compañía de mercenarios Wagner no es un intruso en la organización militar del Estado ruso. Apuntaló la ocupación militar de Siria, por parte de Putin, en 2013. Fue instrumental también en la ocupación de Crimea en 2014. Putin la autorizó a reclutar convictos penales, a cambio de la libertad, para participar en la guerra en Ucrania contra la OTAN. Prigozhin estableció un frente único de hecho con el fascista del nacionalismo ruso y con Ramzan Kadirov, el jefe de gobierno de Chechenia, que se hizo famoso por la enorme carnicería que produjo en este país, para impedir la existencia de un gobierno autónomo, primero, y luego su independencia. Prigozhin, en una de sus últimas diatribas, denunció el fracaso de la invasión de Rusia a Ucrania, alegando que el propósito de desnazificarla y desmilitarizarla había redundado en un fortalecimiento de las fracciones nazis de Ucrania y en la enorme militarización que produjo la intervención y la asistencia de la OTAN a Zelensky. El motín militar y la incompetente tentativa de golpe de Estado obedeció al propósito de Putin de desmantelar la compañía Wagner y ofrecer a sus reclutas la integración al ejército nacional.
Cuando se tira a fondo del hilo de estos acontecimientos, se observa el rol protagónico de la CIA y de la OTAN en la promoción de la desestabilización del régimen de Putin, incluído el golpe de Estado. En compañía de Zelensky, el espionaje norteamericano había presentado “un falso positivo” que mostraba a la compañía Wagner como un agente de Estados Unidos. Quien se encargó de esa faena fue el presidente de Ucrania, quien fingió negarse a desmentir esa versión en una entrevista del diario The Washington Post, con el objetivo de mejorar precisamente su difusión. El periódico se vio obligado a eliminar más tarde ese reportaje. El “falso positivo” forma parte del diseño de la llamada “contraofensiva” que lanzaron la OTAN y Ucrania en las últimas semanas, en lo que se refiere a operaciones de engaño que ayuden a romper brechas en la cadena defensiva de dos mil kilómetros de largo y cincuenta de profundidad que estableció Rusia contra ese contraataque. La “contraofensiva” constituye un ensayo gigantesco de la OTAN para verificar la consistencia de las operaciones combinadas (Inteligencia, logística, misiles, aviación, tanques) a fin de quebrar las barreras enemigas en guerras de tipo convencional, que no obliguen al uso de armas nucleares en las primeras fases. El episodio Wagner de estos días ha procurado sembrar esta confusión en las filas de los mandos militares y políticos de Rusia.
La primera fase de la “contraofensiva” de la OTAN ha constituido un revés de monta para los atacantes. La prensa occidental ha reconocido la veracidad de la información de Rusia, que señala la muerte de mil soldados ucranianos por día –lo que daría diez mil víctimas fatales desde el comienzo-. Los comentaristas prorrusos atribuyen estos resultados a la ventaja de Rusia en la logística, o sea, esencialmente, a la falta de aviación del lado ucraniano. Aseguran que el fracaso de la “contraofensiva” resultará en una rendición de Ucrania y de la OTAN, como consecuencia de la pérdida de material humano. El desbalance no va a durar mucho tiempo, sin embargo, porque Gran Bretaña, Polonia y otros países limítrofes han prometido proveer de material aéreo y antiaéreo hasta que lleguen los F-16 que prometió Biden. La guerra, las muertes y los destrozos catastróficos proseguirán en mayor escala. La detonación de la represa de Karajovka, cuya autoría no ha sido aún determinada, ha provocado una gigantesca destrucción ambiental.
El ‘golpe de Estado’ de Prigozhin ha hecho ostensible una crisis de régimen político en Rusia. Ha provocado el estallido de un contubernio que procuró esconder la fragilidad estatal. Fuerzas Armadas que necesitan recurrir al complemento de compañías mercenarias, en medio de una guerra donde está ausente, del lado de Rusia, el objetivo estratégico. Una guerra con la OTAN es un despropósito estratégico en sí mismo y, peor aún, si tiene un carácter antinacional en relación a Ucrania. En medio de los golpes y contragolpes que desnudaron la fragilidad de Putin, se realizó una reunión de la OTAN con países neutrales, en los que Brasil y Turquía han insistido en un cese inmediato de hostilidades. Ven a la crisis del régimen de Rusia como un acelerador de la guerra.
Otro tópico ilustrativo de la tendencia a la ampliación de la guerra son las reuniones que se han convocado para planificar la llamada “reconstrucción de Ucrania”. Este noble propósito disimula el objetivo de organizar el reparto económico del país entre las grandes potencias, que nunca se ha logrado en forma ‘pacífica’. Se procura una suerte de acuerdo de Yalta, que mantuvo unido, precariamente como se vio después, el frente aliado en la Segunda Guerra, mediante el reparto de “zonas de influencia”. La OTAN planea financiar la “reconstrucción” con los fondos confiscados a Rusia y a los oligarcas rusos, una bicoca que podría llegar al billón de dólares. Esto, bajo la supervisión del FMI y un plan de privatizaciones y de ajuste social. El despojo deja pendiente quién y cómo va a financiar la reconstrucción de Rusia, si se puede llamar así, como consecuencia de esa misma confiscación y de la anulación de gasoductos y mercados impuestos por la OTAN. La lucha por los despojos de la guerra plantea nuevas guerras.
Este escenario, tomado en su conjunto, obliga a la oligarquía rusa a redefinir sus propios propósitos. Putin y el ministro Lavrov han propuesto un acuerdo de paz, convencidos de la invulnerabilidad de su cordón defensivo. La fantasía refleja también la presión de la oligarquía, que no acepta para nada los planes de estatización económica que promete Putin para hacer frente al boicot y sanciones de la OTAN. Es el guante que recogió Prigozhin cuando habló del fracaso de la llamada “operación especial”. El mercenario no sólo aspira al indulto de Moscú, sino también al de Washington. El episodio Wagner ilustra que la crisis de régimen en Rusia es irreversible.